” Haré que la paz te gobierne y que la rectitud te dirija”
. Is. 60:17
El desencanto y el desgaste de la forma de ejercer la política, generada en los últimos años del decenio del siglo pasado, entre ellos la ruptura del bipartidismo acentuado a partir de los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado, fue acumulando un rechazo que se hizo evidente en la elección del Presidente Rafael Caldera, que logró el triunfo electoral bajo la alianza denominada ” el chiripero”, alcanzando unificar trás la ruptura con su partido COPEI con otros de corte minoritarios, resultado que arrojó un avance del partido CAUSA R, que se evaporó con el tiempo al conducirse con la misma práctica interna.
Esa elección mostró el resultado de una alta abstención, como respuesta de la frustración y rechazo a la clase política predominante, alentada por sectores económicos del gran capital, inescrupulosos insatisfechos en concordancia con sectores poderosos de la comunicación social que apuntalaron el camino para la llegada de otra opción que obtuvo alto respaldo y participación, como logro capitalizador de ese malestar, pero que a travès del tiempo copió al carbón con desafueros y dislates màs arraigados, conduciendo como artifíce junto a la débil alternativa opositora, a la via de la antipolítica, traducida al rechazo y desinterés popular al accionar político.
Nada alentador para el futuro del país. Dada la complejidad e inestabilidad de los elementos que la componen, la situación política venezolana invita de momento a apreciaciones y reflexiones.
Hemos reiterado de manera incansable, que una sociedad no puede conducirse ni afianzarse sin la presencia de partidos políticos, cuya esencia es reguladora y organizadora protagónica para las funciones propias de conducción de un Estado, bajo dos vertientes: ejercer funciones de conducción política y administradoras o bien como opositora para vigilar, controlar y constituirse como fórmula alterna.
Con perversa satisfacción e intención tendenciosa, muchos proclaman que aqui en Venezuela, ( parece nueva corriente mundial) la era de los partidos ha concluido, confundiendo tal afirmación con el ocaso de las ideológias, que es caso distinto.
Ciertamente, y puesto que resulta indispensable una vez terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, se montan unas instituciones de gobierno en los paises derrotados, aquellos que quedaron bajo la dominación rusa recibieron un fascímil del régimen expansionista soviético, mientras que otros colocados bajo la hegemonia de los Estados Unidos, adoptaron las muchas más holgadas y viables formas de las democracias con pluralidad de partidos políticos y libertades civiles. De hecho el primer modelo se derrumbó con la caida del muro de Berlín, con ello el modelo estatista, represor de libertades y por la otra parte el desbordamiento del uso del capital conduciendo a la acentuación de la desigualdad social con desequilibrio económico.
Esas agrupaciones que alimentaban muchos de esos régimenes perdieron su contenido ideológico, y en lo fundamental, todos siguieron al arribar al poder, aproximadamente la misma linea de gobierno, inspirada o motivada por consideraciones pragmáticas, con lo cual sus actos de administraciones no pasan de ser expedientes del momento, con clientelas a la hora de votar y no motivadas precisamente por principios ideológicos, siempre la mayoría de las veces por intereses específicos, cuando no emociones elementales y frívolas.
En nuestro caso, las elecciones de los últimos tiempos son reveladoras. Prevalece en el fondo de las ideologías algo utópico y cuando se las sostiene y quiere aplicárseles a ultranza suelen conducir a catàstrofes, por aquello de que mejor es enemigo de lo bueno.
En Venezuela que es ejemplo testimonial no existe propuesta de proyecto alterno, solo un torneo de denuestos, insultos, descalificaciones entre si en el cuerpo de carácter opositor.
Dejando, pues, a un lado, aparte de focos de perturbación de hechos reales, Venezuela necesita reencontrar los cauces hacia la normalidad política. El gran problema que se nos plantea es encontrar los adecuados para el funcionamiento democrático de las instituciones del Estado que corresponde a una sociedad abierta que necesita retornar al paso creciente del progreso.
Para ello es necesaria la presencia de partidos políticos viejos y nuevos, no parcelas o trincheras comercializadas, que vuelvan a asumir bajo otras premisas y métodos, un naciente liderazgo. Tarea difícil pero no imposible. Todo parte de un principio de unidad nacional, diversificada, constructora de un nuevo orden social, pero compacto y concreto.