El proyecto de nueva Constitución confeccionado por una Constituyente ciudadana, progresista y pluricultural ha sido, de manera apabullante, derrotado en la urnas electorales
La sombra larga del general Pinochet se pasea por la carballeira, robledal de Santa Susana. Sus huellas sangrantes cubren el paseo de la Herradura. El viento azota su capa como si fuera un oficial de la Wehrmacht.
El proyecto de nueva Constitución confeccionado por una Constituyente ciudadana, progresista y pluricultural ha sido, de manera apabullante, derrotado en la urnas electorales, así que el fantasma del general se cree vencedor. Pero a lo lejos, a lo lejos… por el Parque de la Alameda, el rostro ceñudo de Salvador Allende lo observa con desprecio.
Luego de la derrota, los extremistas de izquierda, los alunados que créense el pueblo, apelan al altar de su mitología revolucionaria: claman que no se fue suficientemente audaz, que faltó liderazgo, que los medios de comunicación de la burguesía manipularon la conciencia del pueblo, que Boric… en fin.
Son los mismos que le tendieron la cama a los militares golpistas de 1973, ocupando fábricas abusiva e innecesariamente, publicando exaltados manifiestos llamando a la rebelión popular, pidiendo armas para los obreros y campesinos.
¿Cuántos de esos se necesitan para parar un tanque?, relatan que le preguntó Neruda a Allende ante una de las muchas marchas multitudinarias de la Unidad Popular en defensa del gobierno democrático.
La lección es otra: por definición, una Constitución no puede ser la resulta de un disenso, en que una mitad del país se impone a la otra, que fue en buena medida lo que pretendió fallidamente hacer la Constituyente chilena.
El desaguisado parte de una confusión conceptual en el campo de la izquierda: creer que “pueblo” son los pobres, los trabajadores, los preteridos y humillados de siempre, y no las minorías del dinero y del poder ni las altas clases medias, cuando en verdad “pueblo” es el conjunto de todos los habitantes de una nación, o, si se prefiere, de los ciudadanos de una república.
Así, democracia es el poder del pueblo porque es el poder de todos, no el poder de los pobres contra los ricos, como algunos trasnochados izquierdistas del bolchevismo tropical creen. Por eso la alternancia republicana es esencial: para que por el gobierno puedan pasar todos.
La Constitución, que es ley de leyes, debe entonces ser un breve texto que resuma el consenso de país que nos incluye a todos: izquierdas, centros y derechas, civiles y militares, trabajadores y empresarios, creyentes y no creyentes, mujeres, hombres, sexodiversos. Para los disensos, de acuerdo al cambiante curso de las mayorías y minorías en la política, están las leyes, que pueden cambiarse cada vez que sea necesario. Una Constitución debe aspirar a ser perdurable en el tiempo, y para ello, mientras más general y simple, mejor.
La Constitución más consensuada de nuestra historia fue la de 1961, rubricada por éstos y aquéllos: desde la derecha democrática representada por COPEI hasta la izquierda marxista del PCV (incluyendo a la izquierda adeca que luego fundaría el MIR), pasando por el centro político que encarnaban AD y URD. Suele compararse con supina ignorancia esa Constitución del ’61 con la del ’99 en perjuicio de la primera:
La del ’99 la votó el pueblo, la del ’61 no, dice todo chavista que se respete, en el gobierno o en la oposición.
Y así termina por fabricarse una narrativa según la cual la del ’61 sería la Constitución de los adecos y copeyanos, de los burgueses, de los lacayos del imperio, etc., etc., etc., mientras que la del ’99 sería la Constitución del pueblo patriota que retoma la tercera república de Bolívar, venga la traición de Páez y el asesinato de Zamora, y asegura una democracia participativa y protagónica (ese destrozo del castellano, por querer decir “con protagonismo popular”) mientras la democracia que consagraba la otra, la del ’61, era una democracia restringidamente representativa.
Sin duda alguna, la del ’61 requería una reforma profunda (como tantos propusimos en los ’80 y los ’90). Y si alguna deuda quedó pendiente por parte del puntofijismo, que explica en buena medida la irrupción de la imaginería constituyente chavista, es ésta. Lástima que en vez de reformar una Constitución originalmente consensuada, y producir un cambio en la continuidad, más propio de una nación madura, se haya optado -complejo adánico mediante- por echarla al cesto del basurero de la historia y confeccionar otra enteramente nueva.
Pero eso de que la del ’61 era, vamos a decir, una Constitución de las oligarquías políticas y económicas del país, sin apoyo popular alguno, pues no fue sometida a referendo, y en cambio la del ’99 sí es popular y más legítima pues fue aprobada en referendo popular, es algo que no resiste el más mínimo análisis. Veamos:
• La Constitución del ’99 (luego de un proceso constituyente cuya legitimidad fue afectada desde su origen por la triquiñuela electoral del “kino-Chávez” que hizo que una mayoría de 65,8 % popular se transmutase en otra de ¡95 % de constituyentes!) fue aprobada en un referendo al que acudió a votar el 44,8 % del padrón electoral, de modo que el 71,7 % de los votantes que obtuvo el SÍ fue en realidad el 29,9 % del total de los electores (3.301.000 votos de un Registro Electoral de 11.022.000 votantes). De esta imposición democrática de una primera minoría con ínfulas de mayoría absoluta y creencia de ser la Patria y el Pueblo, mientras los otros son la anti-patria, los oligarcas explotadores, etc., derivó buena parte de la crisis política nacional cuyos tizones encendidos aún padecemos.
• La Constitución de 1961 (aparte de ser, como hemos dicho, debatida, confeccionada, votada y firmada por TODO el espectro político, desde la derecha copeyana hasta la izquierda comunista) no fue sometida a referendo, cierto, pero las elecciones generales de 1963 sirvieron para calibrar el apoyo popular a ese texto: a diferencia del referendo de 1999, en ellas votó el 92,2 % de los electores y los partidos que apoyaron el texto constitucional obtuvieron el… ¡100 % de los votos! (sin mencionar que los partidos alzados en armas y que convocaron a la abstención, el PCV y el MIR, también lo habían apoyado).
O sea: la Constitución de 1999 recibió el apoyo del 29,9 % de los electores y la del 1961 el del 92,2 % de los electores.
-Cosas veredes que farán fablar las paredes, dijo el rey al Cid.
Estamos en el Palacio de La Moneda. Aquí, donde el busto de Allende brilla con luz de astro refulgente. Habla el presidente Gabriel Boric:
-Esta decisión de los chilenos y chilenas exige a las instituciones y a los políticos trabajar por una propuesta que nos una y represente a todos. Como presidente de la república recojo con mucha humildad el mensaje de la ciudadanía.
Voz joven y recia que repica como una campana por las alamedas de Santiago. El fantasma oscuro del general dictador se disuelve en un remolino polvoriento de vuelta a los avernos. Y en el rostro siempre adusto del presidente Allende, se dibuja una sonrisa.