“El cierre definitivo de muchos de medios impresos, sumados a los de medios radiales, nos van sumergiendo a la era del ostracismo”, refiere Miguel Ángel Paz.
Es evidente que la crisis política y económica que ha azotado al país en los últimos tiempos, desatado en todos los sectores sin excepción alguna, siendo una de las más aguda la casi extinción del material impreso ante el déficit de su insumo primario: el papel. Ello ha generado la desaparición en la publicación de libros en su diversidad temática, así como la ausencia de los infaltables periódicos, fuente diaria tradicional garante de información variada que cubre desde política, economía, deportes, arte, farándula, sucesos hasta avisos comerciales.
Observamos con estupor el cierre definitivo de muchos de ellos que sumados a los de medios radiales nos van sumergiendo a la era del ostracismo.
Propicia la oportunidad para resaltar la prolífica producción hemerográfica de nuestra génesis periodística que se inició con el periódico ” El Observador” de corte político, con la primera impresión en enero de 1843, influido por la fundación del Colegio Nacional de Coro, fundado en años anteriores.
Según describió el maestro sabio, reconocido en vida como “el decano del periodismo”, expresa en el prólogo de mi libro “Periódicos y Revistas del estado Falcón” (Linotipo López, Coro, 1982, Publicaciones de la Asamblea Legislativa del estado Falcón, 200 págs., 1982). “Porque es obvio el hecho de la incontrastable influencia progresista que ella ha ejercido en la evolución del destino de nuestra existencia regional”.
Propicia la oportunidad para reseñar dentro de la prolífica producción de ellos en la región, el cierre por causas políticas, del prestigioso diario “El Día” (si se asemeja a los de la actualidad, es pura coincidencia), en un día como hoy, 18 de diciembre de 1935, aparecido el 2 de enero de 1914, iniciando como Director fundador, el ícono emblemático de la poesía regional, el ilustre bardo, Elías David Curiel, como propietario Emilio Ramírez y jefe de redacción el prestigioso escritor Ángel S. Domínguez, acompañado de una constelación intelectual como colaboradores de primer orden, entre ellos, Esteban Smith Monzón, el presbítero Jesús Hernández Chapellín, Pedro Curiel Ramírez, Ibrahim García, Domingo Sarmiento, Ignacio Van Grieken, José María Valderrama, Vitelio Reyes y Anselmo Arias.
El periódico era impreso y distribuido en forma interdiaria con un tiraje por edición de 500 ejemplares de 4 páginas, tabloide de 1/2 con precio de 1 centavo, impreso en la Tipografía Ramírez.
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Hoy a la luz de los tiempos es obligante reconocer los esfuerzos que realiza una nueva generación de emprendedores, que a pesar de las restricciones mantienen vía digital la presencia informativa de los periódicos regionales. Me refiero a los diarios “La Mañana”, dando continuidad ininterrumpida a su impresión desde el 15 de marzo de 1952 y al “Nuevo Día” de menos data pero que intentan reeditar la presencia de “El Día”, con alto nivel de tecnología visual de punta. Ambos medios son como faroles que intentan alumbrar la oscuridad cultural tenebrosa que pretende conquistar los espacios de atrasos y de ignorancia.
El primero de ellos bajo la batuta del joven Atilio Yánez Plaza, forjado bajo una dinastía a mediados de la década de los años 70 del siglo pasado, para mantenerlo con recia vigencia.
Un periódico es como el vino: en la longevidad sino se avinagra y se echa a perder, adquiere un rico aroma perfumado. Pero también el vino nuevo tiene sus virtudes. Igualmente en los recién nacidos podemos encontrar atracción y encanto.
En cuanto a la joven publicación que hoy nos ocupa (la otra requiere también especial comentario) parece inspirada en una férrea voluntad de estudio y esfuerzo, vuelto finalmente de espalda a las frivolidades de la acrobacia y de las comodidades de la improvisación. Justo reconocer el esfuerzo, dedicación y el fervoroso empeño de su creador, el ingeniero Oswaldo García, que sin proponérselo le registró con el nombre de su viejo homónimo, para darle continuidad a la conquista de la conciencia moral de nuestra hora histórica en la que se registra el valioso aporte del ya desaparecido ancestral medio, interrumpido por la realidad política de la época, el “nuevo” de alta factura, convertido en inquisición semejante en la que muchas veces ha alabado como destinatario a recoger las palpitaciones de los tiempos.