La recién finalizada gira del presidente Nicolás Maduro por naciones euroasiáticas abre un escenario de inéditas interacciones productivas, constructivas, de beneficios comunes, y no de expoliación y supremacía.
Junio transcurre como un mes de signos de configuración de un nuevo mundo. Los signos de los tiempos actuales indican la exigencia de un cambio de paradigmas en las relaciones entre los países, entre los continentes, luego de siglos de inequidades.
La recién finalizada gira del presidente Nicolás Maduro por naciones euroasiáticas abre un escenario de inéditas interacciones productivas, constructivas, de beneficios comunes, y no de expoliación y supremacía.
Otro acontecimiento indicador de la nueva configuración del mundial pluripolar fue la ausencia de casi veinte países en la Cumbre de las Américas realizada en Los Ángeles, y todo el debate que la precedió y que la marcó en forma singular, a consecuencia de la prerrogativa que Estados Unidos se tomó, de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela: a los tres países que han venido exigiéndole un cambio en su política de relaciones con Latinoamérica y el Caribe, basada en el respeto a la libre determinación de los pueblos y la no injerencia, en el diálogo en lugar de las invasiones, en el comercio de mutuo beneficio y no en el saqueo. Acciones y posiciones que permitan establecer las bases para poner el fin de una era de dominación que sólo ha dejado para nosotros atrasos y dolores.
Entablar relaciones de respeto con cualquier gobierno -y en este caso, el gobierno norteamericano- pasa porque ellos entiendan que las estrategias de intervención, de exclusión, las sanciones, los bloqueos, las invasiones y golpes de Estado que aplican a Venezuela y a otras naciones hermanas, contradicen el derecho internacional y violan la autonomía de las naciones. Sería bueno que la actual administración estadounidense asumiese la nueva era de reacomodo de los escenarios internacionales, donde la rapidez de la información empuja los acontecimientos, y donde ya no es posible seguir pretendiendo que un solo bloque de países del Norte sea el gran policía y administrador del mundo.
Como dijo claramente el Canciller de México, Marcelo Ebrard, estamos frente a la realidad de otra geopolítica, que conlleva tendencias regionales, por lo que es necesario entablar relaciones genuinas, de respeto, con los países de las Américas, relaciones que beneficien a todos; planteamiento recalcado por el presidente pro tempore de la CELAC y presidente de Argentina, Alberto Fernández, al afirmar que “el diálogo en la diversidad es el mejor instrumento para promover la democracia y la lucha contra la desigualdad”.
La política de Estados Unidos hacia América Latina, que ha permanecido casi inalterada desde mediados del siglo XIX, es guiada por una visión imperialista que ya, en esta era de información universal y simultánea, no admite intento de justificación.
Hablar de unión pasa por el respeto en las diferencias y recomposición de una relación que no puede frenar las libertades de las naciones de América, su soberanía y derecho a la autodeterminación y a relacionarse al impulso de sus legítimos intereses.
Nuestro continente se perfila en bloques y la globalización ha permitido que otros gobiernos se vinculen de manera positiva con más naciones latinas y caribeñas, sin imponer condiciones injerencistas. Una mano extendida que cada vez más contribuye a la configuración de un nuevo mundo, donde la doctrina Monroe sea cosa del pasado y el sueño de justicia, soberanía, dignidad y felicidad de Bolívar sea una realidad.
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