Lo conocimos, desde que su devenir profesional anduvo por los predios universitarios de la Francisco de Miranda y luego con la precisión con que disparaba su inseparable cámara.
Con solo llamarlo Fernando, en reciprocidad a lo que siempre ejerció con altura, nos proponemos tomarle una fotografía de sus virtudes, entre ellas las de humildad con que se plantaba ante la gente, la solidez y serenidad de su temperamento y aquella maestría, sin que nunca él se creyera maestro, pero que nosotros sí lo percibíamos como tal y con la paciencia y seguridad de por medio, nos dejó un registro auténtico de la vida de la falconianidad.
Lo conocimos, desde que su devenir profesional anduvo por los predios universitarios de la Francisco de Miranda y luego con la precisión con que disparaba su inseparable cámara, en los espacios de La Corporación Mariano de Talavera, en el entonces presidida por el insigne y recordado médico Roberto Grand, capturando las imágenes de las solariegas casas de barro, que habían acreditado a la Unesco, para declarar a Coro y su Puerto Real de La Vela, como ciudades patrimoniales del mundo.
Fernando en realidad, aunque este signado por el adiós y no por el olvido, seguirá siendo una foto permanente de su generosidad misma.