La masturbación: equilibrio entre bienestar y obsesión


La masturbación, a pesar de la evidencia científica que la avala como una forma segura y sana de exploración sexual, sigue cargando con el peso de los prejuicios históricos.

La pregunta recurrente —¿cuántas veces es normal?— ha sido finalmente abordada por el sexólogo clínico Laurent Marchal Bertrand.

El experto, según lo publicado en El Tiempo, sentencia que la respuesta no es aritmética. La clave de la normalidad reside en el impacto que la práctica ejerce sobre la vida cotidiana de la persona.

La ciencia ha validado los beneficios de esta autoexploración. La evidencia señala que la masturbación es un vehículo para reconocer el cuerpo, descubrir zonas erógenas y fortalecer la autoestima sexual.

Sus efectos se extienden al bienestar integral: reducción del estrés, mejor calidad del sueño y prevención de ciertas disfunciones, como el apoyo en la disfunción eréctil masculina o el favorecimiento de la lubricación femenina, útil incluso en la menopausia.

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Placer vs. interferencia

El especialista es enfático al trazar la línea divisoria. La frecuencia se convierte en problema solo si la actividad se torna compulsiva o exclusiva.

La alerta surge cuando la práctica comienza a interferir con esferas fundamentales de la existencia, ya sea en las relaciones de pareja, el rendimiento laboral o la vida social. En tales casos, el placer se transmuta en fuente de malestar.

Factores como la edad, el género y las circunstancias moldean la periodicidad, pero no definen su salud.

Edad y género: estudios reflejan una mayor frecuencia en la adolescencia y adultez temprana. Las diferencias de género son notables: mientras que en una investigación noruega se constató que la mayoría de los hombres la practica entre dos y tres veces por semana, la mayoría de las mujeres lo hace entre dos y tres veces al mes.

Circunstancias personales: la masturbación puede funcionar como complemento en la vida sexual compartida o como vía de compensación en la soltería. El estado de salud, el estrés y el ánimo también actúan como moduladores naturales del deseo.

En definitiva, la frecuencia sana es aquella que aporta bienestar sin despojar al individuo de su capacidad para participar plenamente en su entorno.

La normalidad no se cuantifica; se evalúa por la calidad de la integración de esta práctica en la vida.

Con información de El Nacional



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