La historia oficial acuñó fechas y acontecimientos cuya percepción, como suele ocurrir con el devenir de los siglos, va cambiando.
Maracaibo es una ciudad con personalidad, me dijo una vez Hugo Chávez, llegando a la capital del Zulia. Esa referencia del compañero, me recordaba las sentencias bíblicas sobre Jerusalén: “Está allí”, decían de ella, como referente permanente de su fe. Maracaibo en efecto está allí, plantada en su lugar frente al lago.
Maracaibo es un lugar, una ciudad que te marca, y en esta semana la recordamos especialmente, por la polémica que siempre ha acompañado la fecha de su fundación, la cual había sido establecida por la historia oficial el 8 de septiembre de 1529, cuando el comerciante y encomendero alemán Ambrosio Alfínger llegó a sus costas. Alfínger, junto a Nicolás Federman, tenían el propósito de pagarse una deuda de la Corona Española, explotando indígenas y sacando riquezas de esta tierra zuliana.
Ciertamente, la historia oficial acuñó fechas y acontecimientos cuya percepción, como suele ocurrir con el devenir de los siglos, va cambiando. Es indiscutible que los procesos políticos que han acontecido en nuestra patria durante las dos últimas décadas han permitido redescubrir, renombrar y en suma, ampliar la visión sobre nuestros orígenes, sobre nuestro pasado.
Los investigadores, historiadores, han logrado determinar, con pruebas aportadas por cronistas de la propia Europa y otros criollos, que cuando los comerciantes alemanes arribaron a estas tierras, dadas en pago por la Corona Española, ya en lo que hoy es el Zulia y concretamente en Maracaibo, existían varios poblados anfibios y de tierra: los añú, la gente del agua. Los que afirman que venimos del Lago.
Sus palafitos bordeaban toda la ribera lacustre, con una cultura propia, una visión cosmogónica poética que refleja una perfecta interrelación con la naturaleza, con el ecosistema: con aguas, plantas y animales, con el Sol y la Luna. Lo que ocurrió luego, a la llegada de los navíos colonizadores, fue una defensa de esas riberas, de sus aguas y tierras, por los añú, descendientes de la Gran Familia Arawaca; en ese desigual combate, la mayoría de esos pueblos palafíticos fueron exterminados.
Así que la fundación de lo que hoy es Maracaibo ocurrió mucho antes, probablemente siglos, a 1529. Y sus fundadores fueron nuestros indígenas. Hoy tenemos aún a Santa Rosa de Agua, que persiste acompañada por otros pueblos anfibios de la ribera del Coquivacoa: Nazareth, Ceuta, Tomoporo… Y de ellos debemos reconocer su legado vivo –las estructuras familiares, la culinaria- y aprender de sus extraordinarios valores de vida en comunidad – el trabajo compartido, la solidaridad, el respeto y la escucha a los ancianos- y en armonía con el ambiente.
Volvamos la cara a esas raíces humanas que ahora reconocemos. Que merecen el trabajo, la sumatoria de todos los esfuerzos de la gente buena, en cualquier posición y de cualquier credo, para encaminar esta ciudad, esta tierra zuliana hacia la mayor suma de estabilidad y felicidad posibles.