La selva de la Amazonía es un área enorme, dos veces mayor que India, y se extiende por ocho países y un territorio francés. Su captación de carbono es crucial para el clima, tiene aproximadamente el 20% de las reservas de agua dulce del mundo y cuenta con una biodiversidad asombrosa, incluidas 16.000 especies conocidas de árboles.
Pero históricamente los gobiernos la han visto como un área para ser colonizada y explotada, con poca consideración por la sostenibilidad o los derechos de los pueblos indígenas que habitan en ella.
Ahora, mientras esos gobiernos buscan frenar un ambiente anárquico de extracción de recursos, violaciones a los derechos humanos y delitos ambientales, la colaboración entre las fronteras es imprescindible. Ese es uno de los principales objetivos de la Cumbre Amazónica de dos días que comienza el martes en la ciudad de Belém, donde Brasil recibirá a diversos funcionarios para examinar cómo abordar los inmensos retos de proteger un recurso crucial para detener lo peor del cambio climático.
A continuación presentamos un resumen de la importancia de la Amazonía, las amenazas que enfrenta y las posibles soluciones.
¿Cuáles son las principales amenazas ambientales para el bioma amazónico?
La deforestación ocupa el primer lugar. El bioma amazónico ha perdido más de 85 millones de hectáreas, o aproximadamente el 13% de su área original, según el Proyecto Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP, por sus siglas en inglés).
La mayor parte de esa destrucción se ha dado en el último medio siglo, y Brasil —donde se localizan dos terceras partes de la selva tropical— es el principal culpable.
La ganadería y los cultivos de soja se han expandido dramáticamente gracias a nuevas tecnologías, carreteras y la demanda global de granos y carne. En su mayoría controladas por colonos de ascendencia europea que emigraron de otras partes del país, la ganadería y la agricultura han reconfigurado la cultura local en aspectos que van desde la dieta de la gente hasta su música.
En ninguna parte la devastación es más grande que en el estado brasileño de Pará, del que Belém es la capital. El 41% de la deforestación en la Amazonía brasileña se ha producido en Pará, donde tanta tierra ha sido transformada en su uso con el fin de criar unas 27 millones de cabezas de ganado que es el principal emisor de gases de efecto invernadero entre los estados brasileños, según el Observatorio del Clima, una red de organizaciones ambientales sin fines de lucro.
Emite más que cualquier otro país con selva amazónica: Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Surinam, Guyana y el territorio de la Guayana Francesa.
Otras amenazas ambientales son las grandes represas hidroeléctricas, especialmente en Brasil; la tala ilegal, la minería y la extracción de petróleo, con efectos en la contaminación del agua y la alteración de los estilos de vida de los indígenas. La falta de inversión en infraestructura también significa que gran parte de las aguas residuales de los hogares en la selva tropical se vierten directamente en las vías fluviales.
La Amazonía también ha visto más eventos climáticos extremos —inundaciones y sequías— en los últimos años.
¿Cuán importante es la Amazonía para detener el cambio climático?
Mucho.
El cambio climático empeora cuando se pierden plantas que absorben carbono. Y la Amazonía funciona como un dispositivo masivo para almacenarlo.
Luciana Gatti, química atmosférica e investigadora del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, de Brasil, dijo que la deforestación genera más gases de efecto invernadero en la atmósfera, y en general, significa menos precipitaciones y mayores temperaturas.
“Al deforestar la Amazonía estamos acelerando el cambio climático”, dijo Gatti a The Associated Press.
Es coautora de un estudio publicado en la revista Nature que encontró que la Amazonía oriental, altamente deforestada, ha dejado de funcionar como colector de carbono y ahora es una fuente de ese elemento químico. Gatti dio que es necesario revertir la mitad de la deforestación en el este de la Amazonía para mantener la selva tropical como un amortiguador contra el cambio climático.
¿Podría la deforestación alcanzar un “punto de inflexión”?
Investigaciones efectuadas por Carlos Nobre, científico del sistema terrestre —las interacciones biosfera-atmósfera—, y por el fallecido científico ambiental Thomas Lovejoy, las cuales son citadas a menudo, estiman que una deforestación del 20% al 25% sería un umbral crítico para la Amazonía. La disminución resultante de las precipitaciones transformaría más de la mitad de la Amazonía en una sabana tropical, con una gran pérdida de biodiversidad, señalaron.
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Ese tipo de cambio ya está ocurriendo en el Territorio Indígena del Xingu, en el sur de la Amazonía brasileña, que se ha convertido en una isla rodeada de plantaciones de soja y terrenos para pastar, y donde los investigadores han resaltado la degradación forestal debida a las sequías persistentes, los incendios y las prácticas agrícolas.
Pero algunos investigadores han cuestionado la teoría del punto de inflexión por usar modelos informáticos para predecir resultados en una región tan grande y compleja.
Otros han dicho que una amenaza aún mayor es el cambio climático global. David Lapola, investigador integrante de un proyecto que estudia cómo responde la Amazonía a niveles más altos de dióxido de carbono, argumenta que incluso si la deforestación en la cuenca del Amazonas cesara de inmediato, la selva aún estaría en riesgo de alcanzar un punto de inflexión debido a lo que ocurre a nivel mundial.
¿Qué otras amenazas enfrenta la región?
La pavimentación de carreteras y el crimen organizado.
Los gobiernos inicialmente abrieron caminos a través del bosque para que los colonos pudieran llegar a tierras lejanas, aunque las fuertes lluvias y el uso arruinaban con regularidad esos caminos de tierra. Pavimentarlos facilitó el acceso, y también el transporte de productos agrícolas.
Pero eso también ayudó a los infractores de la ley a llegar a áreas vírgenes con el fin de extraer maderas nobles antiguas y despejar selvas para la ganadería. Los caminos han sido llamados “arterias de destrucción”, y con frecuencia generan una deforestación que se asemeja al esqueleto de un pez, al desarrollarse caminos de tierra más pequeños que se bifurcan a partir de la columna vertebral de un camino oficial.
Aún más importante para que las organizaciones criminales se arraiguen han sido la corrupción política y la aplicación laxa de la ley. Pocas áreas fronterizas son vigiladas con seriedad, y ha habido poca cooperación internacional mientras los rivales compiten por rutas para el tráfico de drogas. Las incautaciones de narcóticos han aumentado en Colombia, Brasil, Bolivia y Perú durante la última década, informó en junio la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés).
Las tasas de homicidios en los municipios amazónicos son a veces del doble o triple que los promedios nacionales, ya de por sí altos, dijo Rob Muggah, fundador del Instituto Igarapé, un grupo de expertos centrado en la seguridad pública, climática y digital. La escasez de oportunidades les facilita a los grupos criminales el reclutar a los residentes más pobres, especialmente a aquellos sin educación o empleo. Y el crimen refuerza el subdesarrollo crónico y lo convierte en un círculo vicioso, agregó Muggah.
Los traficantes se han diversificado a negocios como la “narcodeforestación” —lavan ganancias del tráfico en tierras para la agricultura—, así como el financiamiento y la logística para la prospección ilegal de oro que arrasa los bosques y envenena las vías fluviales, según el informe de la UNODC.
¿Se puede desarrollar la Amazonía sin destrucción ambiental?
La Amazonía es tan grande y compleja que no existe una solución única para desarrollar regiones distintas, dijo Marcelo Salazar, un veterano del trabajo ambiental y la consultoría sin fines de lucro que ahora dirige una empresa que fabrica suplementos alimenticios con productos naturales de la Amazonía.
Pero hay algunos puntos en común, señaló. En primer lugar, para que una economía forestal funcione, los gobiernos deben proporcionar salud, educación y protección de los derechos sobre la tierra. Los subsidios para productos que provienen del bosque también ayudarían; por ejemplo, hacer que el aceite tradicional de palma de babasú sea más competitivo que el aceite de soja de las vastas plantaciones de Brasil.
Es necesario también que haya un mayor desarrollo del conocimiento local para comunicar los retos que enfrenta la Amazonía y sus posibilidades, tanto para ayudar a los forasteros a comprenderlos como para atraer inversores.
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“Todavía tenemos pocas experiencias que se destacan como modelos en oposición a los modelos destructivos”, agregó.
Desde hace tiempo los activistas ambientales han defendido las llamadas alternativas de la bioeconomía para las decenas de millones de personas que viven en la Amazonía, pero los inversores se han mostrado recelosos. Para que tales propuestas despeguen, los riesgos deben ser lo suficientemente bajos como para que las empresas más grandes esperen obtener ganancias, lo que significa la implementación de medidas policiales y anticorrupción más estrictas, dijo Muggah de Igarapé.
“Las intervenciones puntuales y los proyectos piloto son excelentes; los necesitamos para poder entender qué va a funcionar y qué no. Pero necesitamos respaldar eso con fuerza real, inversión real, recursos económicos reales”, añadió.
Con información de Associated Press
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