El ex secretario de Estado Henry Kissinger, falleció el miércoles, informó su compañía consultora. Tenía 100 años de edad.
El diplomático de los gruesos anteojos y la voz rasposa que dominó la política exterior en momentos en que Estados Unidos se distanciaba de Vietnam y derribaba barreras con China.
Con su áspera e imponente presencia y su manipulación del poder tras bambalinas, Kissinger ejerció una inusual influencia en los asuntos mundiales durante el gobierno de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford, labores por las que fue repudiado y también Henry Kissinger ganó el premio Nobel de la Paz.
Varias décadas más tarde, su nombre seguía siendo objeto de un apasionado debate sobre hitos diplomáticos del pasado.
El poder de Kissinger aumentó durante el escándalo de Watergate, cuando el diplomático asumió un rol similar al de copresidente al lado de un debilitado Nixon.
“Sin lugar a dudas que se estimuló mi vanidad”, escribió más tarde Kissinger en referencia a su creciente influencia. “Pero la emoción dominante era la premonición de una catástrofe”.
Henry Kissinger, un judío que huyó de la Alemania nazi junto a su familia durante su adolescencia, se forjó en sus últimos años una reputación de estadista, pronunciando discursos, asesorando a republicanos y demócratas por igual, y administrando un negocio global de consultoría.
Se presentó en varias ocasiones a la Casa Blanca durante la presidencia de Donald Trump. Pero los documentos y cintas de la era Nixon, a medida que se hacían públicos, sacaron a relucir detalles —muchos de ellos en las propias palabras de Kissinger— que en ocasiones lo dejaban mal parado.
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Después de dejar el gobierno, Kissinger se vio asediado por críticos que señalaban que debió ser llamado a rendir cuentas por sus políticas en el sudeste asiático y por el apoyo a regímenes represivos en Latinoamérica.
Con información de Associated Press
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